Afectado por Las Doce Tribus: «Mi hijo está secuestrado por una secta»
fuente:La nueva España 14/12/2008
domingo, 14 de diciembre de 2008
Un joven catalán lleva dos meses sin saber nada de su bebé, después de que su compañera se fuera con él a una «organización espiritual» afincada en Pravia. Los expertos califican a Las Doce Tribus como una «peligrosa secta, destructiva y alienante», que tiene cientos de adeptos en todo el mundo
Oviedo, Idoya RONZÓN
La voz de Iván Méndez suena a desesperación. Ya no sabe qué puertas tocar, a quién acudir. Hace más de dos meses que no ve a su hijo Rafael, de nueve meses, «secuestrado», asegura, por su madre, que decidió marcharse a vivir con los miembros de Las Doce Tribus, una «organización espiritual» que él y numerosos expertos en la materia califican de «secta destructiva y alienante» y que cuenta con centenares de adeptos en todo el mundo. Las pocas pistas que dejó la «desaparición» de su compañera y el bebé han traído a Iván hasta Asturias. A Agones, en Pravia, donde Las Doce Tribus tienen una granja y donde Iván tiene constancia de que se encuentra su pequeño.
Iván Méndez, de 30 años, es de Barcelona, aunque hasta que su vida se convirtió en una búsqueda angustiosa vivía en Órgiva (Granada) con el niño, su compañera y dos hijos más de ésta, de 5 y 10 años, de una relación anterior. Un pequeño repaso al significado de Las Doce Tribus pone en situación para entender la preocupación que transmiten las palabras de Iván: sus adeptos no ven la televisión, ni escuchan la radio, ni leen periódicos. Su contacto con el exterior es mínimo. Su modelo de vida está inspirado en el Antiguo Testamento, tratan de seguir el estilo de vida tribal de los primeros creyentes, incluso en su vestimenta. Trabajan de sol a sol, practican la circuncisión a sus hijos y no llevan a los niños a la escuela. Y, según relata Iván, defienden el castigo físico a los menores, «a los que golpean con una vara». Iván, que se ha puesto en manos del abogado ovetense Pedro Menéndez Prieto, no sólo pretende volver a ver a su hijo. «No quiero que viva así, quiero sacarlo de ahí», afirma. El defensor del menor de Andalucía ha decidido investigar la situación de los niños de esta «comunidad».
La historia comenzó con el nacimiento de Rafael. La relación con su compañera, Cintia, no iba bien. «Ella estaba muy nerviosa, agobiada con los niños. Un día, su hermano le comentó que había conocido Las Doce Tribus, en Nerja (Málaga), y pensó que podían ayudarla». El pasado 22 de agosto, la mujer se trasladó a la comunidad. Pasó allí la noche y cuando Iván habló con ella la vio «satisfecha». «Me dijo que aquello estaba bien, que podíamos vivir los cuatro allí, en la naturaleza. A mí de mano no me pareció mal. Residíamos en un piso de alquiler, así que quedamos en que ellos se adelantarían y yo me encargaría de vaciar la casa y buscar un hogar para nuestros perros (allí no se permitían animales). Al principio parecía una comuna normal, sin nada extraño, daban una buena imagen». Iván dejó su trabajo como jardinero y se puso a empaquetar las cosas de su familia. Hablaba con su compañera a diario, por teléfono. Y ya empezó a sospechar: «A veces me decía cosas extrañas, que allí había gente conectada con Dios, pero tampoco sabía muy bien qué pensar entonces».
A finales del pasado mes de septiembre, Iván fue a Nerja. «Yo ya había empezado a percibir la transformación de Cintia», afirma. Y al llegar, de mano, le espetaron que la pareja no podía vivir junta en la misma roulotte porque no estaba casada. «Luego me dijeron que ella y sus tres hijos se tenían que marchar a San Sebastián. Yo, claro, me opuse». Pero aquello no había hecho más que empezar: «Me restringían estar en la zona donde ella residía con los niños, sólo me dejaban estar con ellos en unas reuniones que organizaban, a las seis de la mañana y a las cinco de la tarde. Siempre me ponían a una persona al lado, para adoctrinarme, y ella estaba rodeada de dos mujeres». «Mi preocupación», continúa, «es que pegan a los niños, con una vara. Yo lo he visto. No les dejan jugar con juguetes, con nada, sólo obedecer».
En algo más de una semana, Iván comprendió lo que sucedía allí, «pero Cintia no. En Las Doce Tribus tienes que “bautizarte” para morir y volver a nacer y, al hacerlo, tienes que donar todos tus bienes. Cintia no tenía nada, ni casa ni dinero, pero sí tres hijos para “entregar”». En un arranque de desesperación, Iván se fue a Barcelona a ver a su familia. De pronto, relata, «un día la hicieron “desaparecer”, a ella y a los niños». Y ya no volvió a verlos. Atando cabos, supo que los habían enviado a Pravia. El pasado mes de noviembre viajó a Asturias y se presentó en Las Doce Tribus. «Me negaron ver a mi hijo, no me dejan verlo», afirma desconsolado. Mientras tanto, Cintia cursó una denuncia contra él por malos tratos para mantenerlo alejado, que finalmente el juez dejó sin efecto al entender que carecía de fundamento.
«Era tal mi desesperación que me golpeaba a mí mismo por no pegarle a ella; pero era tarde, ya la habían captado»
Hubo un instante en que Iván pensó que la pesadilla había terminado. Aún estaban los dos con Las Doce Tribus, en Nerja. «Un día vino Cintia y me dijo que nos teníamos que ir, porque le habían hecho una pregunta. “Si tuvieras que elegir entre tus hijos y Yahshua (como se refieren a Dios), ¿con qué te quedarías?”. Ella respondió que con los niños. Y le dijeron que se tenía que marchar, nos hicieron sacar todas nuestras cosas y nos llevaron a la estación de autobús».
Como ya no tenían casa, fueron a la de un hermano de Cintia. «Pero esa misma noche me replicó que no se tenía que haber ido, que yo lo que quería era matarla. Era tal mi desesperación que me golpeaba a mí mismo por no pegarle a ella. Pero ya era tarde, ya estaba captada. Me decía que aquello era el paraíso. Y se fue».
Según el abogado Pedro Menéndez, «no existe ningún motivo por el que Iván no pueda ver a su hijo y tendrá que ser la justicia la que decida cuál de los dos progenitores es el más idóneo para cuidar del bebé y, en su caso, establecer el oportuno régimen de visitas. Sabemos que es una secta peligrosa y no nos quedaremos con los brazos cruzados».
Fuente: La Nueva España, 14/12/08.